Dos economías latinoamericanas resaltan la debilidad de los controles de capital

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América Latina brinda una clara comparación del impacto de los controles de capital.

Durante los últimos años, las dos grandes economías “de alto rendimiento” del continente, Argentina y Venezuela, han implementado controles de capital. Tal como se utiliza aquí, el término “de alto rendimiento” es un eufemismo utilizado por los inversionistas para describir un país cuyos activos pudieran comercializar a corto plazo, pero en el cual no invertirían dinero de forma permanente.

Pero Mauricio Macri, favorable al mercado, ganó las elecciones presidenciales de Argentina a finales del año pasado y rápidamente se dio a la tarea de desmantelar los controles de cambio de divisas y los impuestos a la exportación (tanto en productos agrícolas como industriales) de su predecesora.

También está aumentando las tarifas de servicios públicos para reducir un déficit presupuestario masivo, arreglando las manipuladas estadísticas de la nación, permitiéndole al Fondo Monetario Internacional reanudar las auditorías del país y reiniciando las negociaciones con los acreedores internacionales.

Como resultado, se espera que se controle la desmedida inflación de los últimos años, se reduzca al 25 por ciento este año desde una cifra del 27 por ciento el año pasado y luego gradualmente se disminuya hasta alcanzar una cifra de un solo dígito en 2019; y todo eso a pesar de la fuerte devaluación del peso, el cual ha perdido más de un 25 por ciento desde que se levantaron los controles de cambio de divisas.

Mientras tanto, nuevamente el crecimiento se está recuperando lentamente, sobre todo conforme las exportaciones se recuperan con la ayuda de la debilitada moneda. El gobierno espera un pequeño aumento del producto interno bruto este año de aproximadamente un 0.5 por ciento.

Los analistas privados piensan que es más probable que ocurra un estancamiento o una ligera disminución. Pero la situación a mediano plazo parece mucho más optimista conforme regresa al país el capital extranjero (tanto la inversión directa como los flujos de cartera), mientras que las empresas nacionales comienzan a invertir nuevamente.

Esto contrasta con Venezuela, la cual mantiene un confuso sistema de tasas de cambio por niveles y está limitando las ventas de dólares y las importaciones del sector privado. El FMI pronostica que la inflación llegará a un 720 por ciento este año, mientras que la economía se contraerá un 8 por ciento sobre el 10 por ciento que se contrajo en 2015. La escasez de artículos desde papel higiénico hasta medicinas es cada vez más generalizada y las tensiones sociales van en aumento.

Para ser justos, los controles de capital en este caso son tanto un síntoma de las erróneas políticas económicas del país como una causa directa de sus problemas. Y Venezuela depende mucho más del petróleo que Argentina, aunque esta última también exporta productos básicos, como la soja y los cereales, los cuales han sufrido la disminución de la demanda china.

Y donde se apliquen controles de capital con una justificación clara y por un tiempo limitado — como recientemente se aplicaron para proteger los sistemas bancarios en Grecia y Chipre — pueden tener una función válida.

Pero donde se utilizan como una política para evitar corregir los desequilibrios económicos subyacentes, por lo general son una terrible idea.

Tanto en Venezuela como en Argentina antes del Sr. Macri, se utilizaron para tratar de anclar la inflación y evitar la fuga de capitales. No lograron ninguno de esos dos objetivos, pero sí sofocaron la entrada de capital extranjero y socavaron el sector privado y, por lo tanto, la actividad económica.

Mientras tanto, ni siquiera produjeron monedas estables porque la tasa del mercado negro se convirtió rápidamente en la tasa de referencia real para la economía.

Los destinos cada vez más distantes de Argentina y Venezuela son un experimento en tiempo real — con resultados claros — sobre la validez de los controles de capital y las políticas económicas que los respaldan.

Dan Bogler (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved