Pesimismo global: el mundo entero está inquieto

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Durante 2015, una sensación de inquietud y aprensión pareció adueñarse de los principales centros de poder mundiales. Desde Beijing hasta Washington, desde Berlín hasta Brasilia, y desde Moscú hasta Tokio, los gobiernos, los medios de comunicación y los ciudadanos se sentían nerviosos y asediados.

Este tipo de ansiedad globalizada es inusual. Durante los últimos 30 años, e incluso durante más tiempo, ha habido al menos una potencia mundial que ha sido increíblemente optimista. A finales de 1980, los japoneses todavía estaban disfrutando de un auge que había durado décadas, y continuaban confiadamente comprando activos a nivel mundial.

En la década de 1990, EEUU disfrutaba de la victoria sobre la guerra fría y de una larga expansión económica. En la década de 2000, la Unión Europea (UE) contaba con un excelente estado de ánimo, lanzando una moneda única y casi duplicando su membresía. Y durante la mayor parte de la última década, el creciente poder político y económico de China ha inspirado respeto en todo el mundo.

Sin embargo, en este momento, todos los grandes protagonistas de la escena mundial parecen sentir incertidumbre e incluso temor. La única excepción parcial que yo encontré este año fue India, en donde la élite empresarial y política todavía parecía estar impulsada por el entusiasmo reformista del primer ministro Narendra Modi.

Por el contrario, en Japón, la fe en que las reformas radicales — la Abeconomía como se les conoce — puedan realmente romper el ciclo de deuda y deflación del país se está desvaneciendo. Las continuas tensiones con China fomentan la ansiedad japonesa. Sin embargo, la impresión principal generada por mi visita a China a principios de año es que también es un país que se siente mucho menos estable de lo que se sentía incluso hace un par de años. La época durante la que el gobierno fácilmente producía un crecimiento del 8 por ciento o más al año ha llegado a su fin. Las preocupaciones sobre la estabilidad financiera doméstica continúan aumentando, tal como lo revelaron los trastornos en la bolsa de Shanghái durante el verano.

Sin embargo, la principal fuente de ansiedad es de carácter político. El liderazgo del presidente Xi Jinping es más dinámico, pero también es menos predecible que el de sus predecesores. El miedo se está extendiendo entre los funcionarios gubernamentales y entre los empresarios, quienes temen verse involucrados en una campaña contra la corrupción que ha llevado a la detención de más de 100,000 personas.

La desaceleración de la economía china ha tenido ramificaciones globales. Cuando China estaba impulsando un auge de las materias primas, Brasil fue arrastrado como un esquiador acuático halado por una lancha de carreras. Este año, sin embargo, la economía brasileña se hundió bajo las olas, reduciéndose en un 4.5 por ciento. La presidenta Dilma Rousseff se ha visto atrapada en un escándalo de corrupción en medio de intentos de destituirla.

El estado de ánimo en Europa también es sombrío. El año estuvo enmarcada por dos sangrientos atentados terroristas en París. La crisis económica que ha plagado al continente desde hace varios años amenazó con alcanzar su punto más álgido en julio, ya que Grecia estuvo al borde de la expulsión de la eurozona. Mientras tanto, Alemania — el cual se ha destacado como un modelo de fuerza política y económica — está actualmente bregando para hacer frente a la llegada de más de 1 millón de refugiados, quienes en su mayoría están huyendo de los conflictos en el Medio Oriente. El euro ya había creado divisiones entre Alemania y los países del sur de Europa, y la crisis de refugiados ha abierto una brecha entre Alemania y los países al este. Mientras tanto, Gran Bretaña amenaza con abandonar la UE, y los votantes franceses están recurriendo a la extrema derecha en cantidades cada vez mayores.

EEUU debería ser una excepción a todo este pesimismo. El país se encuentra en el sexto año de una expansión económica. El desempleo está alrededor del 5 por ciento. EEUU domina la economía de Internet. Y sin embargo, el estado de ánimo del público es de resentimiento. La perspectiva de que los republicanos, uno de los dos grandes partidos políticos del país, pudiera realmente nombrar a Donald Trump, un impertinente demagogo, como su candidato a la presidencia, no sugiere que EEUU esté a gusto consigo mismo.

De hecho, toda la campaña del Sr. Trump — así como la de sus principales rivales para la nominación del Partido Republicano — se basa en la idea de que EEUU se encuentra en un peligroso declive.

En el frente político y de seguridad, la implosión del Medio Oriente continúa. Las potencias extranjeras han demostrado ser incapaces de restablecer el orden en la región y están dándose cuenta de que el caos se está extendiendo a África y a Europa en la forma de refugiados y de terrorismo yihadista.

El factor común más significativo puede ser la propagación de un sentimiento anti­élite, el cual combina la ansiedad acerca de la desigualdad y la rabia acerca de la corrupción que es visible en países tan diferentes como Francia, Brasil, China y EEUU. En EEUU y Europa, tales quejas a menudo están vinculados a una narrativa generalizada sobre la decadencia nacional. Estas ansiedades sociales y económicas tienen efectos políticos secundarios, y fomentan una demanda de líderes “fuertes” — como el Sr. Xi, el Sr. Trump o el Sr. Putin de Rusia — que prometen (aunque hipócritamente) hacer frente a las élites corruptas, luchar por los menos influyentes y defender a la nación.

El pesimismo mundial hace que el sistema político internacional se sienta como un paciente que todavía está luchando para recuperarse de una grave enfermedad que se originó a causa de la crisis financiera de 2008. Si no se presentan sacudidas negativas adicionales, la recuperación debiera proceder gradualmente y los peores síntomas políticos se esvanecerían. Sin embargo, el paciente es vulnerable. Otra conmoción severa — como un ataque terrorista o una recesión económica grave — pudiera implicar un verdadero problema.