Tras la declaración de la pandemia por COVID-19 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) impuso a nivel global el 11 de marzo de 2020, los diferentes países definieron medidas de restricciones y bloqueo locales para intentar controlar la diseminación de la enfermedad.
Junto con la educación, que pasó a la modalidad virtual, la mayoría de los lugares de trabajo optó por el home office, y la atención médica se redujo al máximo, con el objetivo de evitar la circulación de personas en los centros de salud, que pudieran contraer el virus que atemorizaba al planeta entero.
Aquellos que tenían tratamientos médicos en curso pasaron a valerse de la telemedicina para no interrumpirlos, mientras que las mujeres embarazadas asistían a la consulta de manera presencial sólo cuando el control lo ameritaba.
Así, en los Países Bajos fue de los primeros lugares donde el confinamiento se asoció con una disminución inmediata de los nacimientos prematuros.
Los análisis posteriores de otros países y de hospitales y estados dentro de los Estados Unidos también informaron una disminución en los nacimientos prematuros asociados con los cierres.
Sin embargo, se trataba de muestras pequeñas y difíciles de generalizar dada la cobertura geográfica limitada.
Ahora, un reciente estudio de la Escuela de Economía de Georgia Tech y publicado en la revista Pediatrics dio cuenta de que “los nacimientos por cesárea y los partos inducidos cayeron un 6,5 % durante el primer mes de la pandemia de COVID-19 y se mantuvieron constantemente más bajos durante todo el tiempo”.
El trabajo es el primero a gran escala que analiza los nacimientos desde el advenimiento del COVID-19 y entre las causas probables del descenso de esas prácticas evalúan como un resultado probable la menor cantidad de visitas prenatales que las mujeres realizaban a sus médicos debido a los esfuerzos para frenar la propagación del virus.
La investigación plantea preguntas clave sobre las intervenciones médicas en el embarazo y si algunas decisiones de los médicos pueden dar lugar a partos prematuros innecesarios.
El profesor asistente Daniel Dench es el autor principal del artículo Tasa de nacimientos prematuros de Estados Unidos y COVID-19 y analizó: “Si bien es necesario realizar mucha más investigación, incluida la comprensión de cómo estos cambios afectaron las muertes fetales y cómo los médicos clasificaron la atención de los pacientes por categoría de riesgo durante la pandemia, estos son hallazgos importantes que deberían generar debate en la comunidad médica”.
El estudio comienza a responder una pregunta que nunca podría haberse resuelto en un experimento tradicional: ¿Qué pasaría con la tasa de cesáreas prematuras y partos inducidos si las mujeres no vieran a los médicos con tanta frecuencia, especialmente en persona, durante el embarazo?
Para muchos, tal experimento no sería ético. Pero las directivas de quedarse en casa tuvieron el efecto secundario de reducir las visitas de atención prenatal en más de un tercio, según un análisis.
Y eso le dio a Dench y sus colegas, Theodore Joyce en Baruch College y al doctor Howard Minkoff en Maimonides Medical Center, la oportunidad de evaluar los impactos.
Los investigadores examinaron los registros de casi 39 millones de nacimientos en los EEUU entre 2010 y 2020.
Utilizaron los datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud para pronosticar los nacimientos prematuros esperados, definidos como bebés nacidos antes de las 37 semanas de embarazo, de marzo a diciembre de 2020. Luego, compararon las predicciones con los números reales.
Así fue que Dench y sus coautores descubrieron que en marzo de 2020, cuando la OMS declaró que el COVID-19 era una pandemia, los nacimientos prematuros por cesáreas o partos inducidos cayeron inmediatamente del número previsto en 0,4 puntos porcentuales.
Según vieron, desde marzo de 2020 hasta diciembre de ese mismo año, el número se mantuvo en promedio 0,35 puntos porcentuales por debajo de los valores previstos. Eso se traduce en 350 cesáreas pretérmino y partos inducidos menos por cada 100.000 nacidos vivos, o 10.000 menos en general.
Antes de la pandemia, algunos especialistas advertían con preocupación que la cantidad de cesáreas prematuras y partos inducidos estaba en aumento.
Los investigadores también observaron que los partos prematuros espontáneos —aquellos que no fueron inducidos ni por cesárea— también cayeron en un pequeño porcentaje en los primeros meses de la pandemia, pero mucho menos que los nacimientos en los que intervinieron esos dos factores.