Los celulares se han convertido en símbolo de estatus; los jóvenes se endeudan para adquirir móviles gama alta

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Los teléfonos móviles, más allá de sus funciones comunicativas o de entretenimiento, se han convertido en un signo de estatus socioeconómico en República Dominicana; los celulares de lujo, conocidos como de ‘gama alta’, son un objeto aspiracional para los consumidores y no siempre corresponden a su poder adquisitivo.

Para la inteligencia colectiva que se desenvuelve a través de las redes sociales, este fenómeno no ha pasado desapercibido, ya que es cada vez más común leer chistes o ver memes que revelan, de manera ácida, un comportamiento de consumo paradójico, desde aquel que tiene un Galaxy note 11, pero nunca trae saldo, hasta el que compró un iPhone 11, pero viaja en transporte público.

Dejando el humor de lado, la realidad apunta a que efectivamente existe un escenario contrastante. En República Dominicana, el 80 por ciento de la Población Económicamente Activa percibe un salario mensual menor al costo de un teléfono de alta gama; de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, más de 7 millones de Dominicanos ganan menos de 15 mil 500 pesos al mes, cantidad muy por debajo del precio de un iPhone 11 (60,000 pesos) o un Galaxy note 12 (55,000 pesos) [1].

Si bien cada una de las empresas que comercializan celulares tienen en su oferta teléfonos de lujo, de todas ellas Apple es un caso singular que merece analizarse. De acuerdo con datos de The Competitive Intelligence Unit (CIU), los tres fabricantes de telefonía celular que dominan el mercado Dominicano son Samsung (38.76 por ciento), y Apple (30.46 por ciento) Hwauei (15.87 por ciento).

La participación de mercado de Apple es sorprendente por una sencilla razón: a diferencia de las otras dos marcas, la empresa de la manzana no cuenta en su oferta con un celular que se pueda considerar de ‘gama media’ [3], ya ni siquiera pensar en la ‘gama baja’. Esto quiere decir que ese 30.46 por ciento del mercado corresponde exclusivamente a celulares que podrían ser considerados de lujo. El porcentaje de mercado que Apple posee es para nada despreciable si tomamos en cuenta que el número de smartphones en uso en el país llegó a los 14.6 millones en 2019.

¿Por qué una empresa que produce exclusivamente celulares de gama alta tiene tanta presencia en un país donde la mayoría de la población tiene pocas posibilidades de hacerse de sus productos (al menos de contado)? La pregunta, aunque parece obvia, es indicio de un comportamiento social por demás interesante.

Aunque no existen estudios que indiquen el nivel socioeconómico de los consumidores de teléfonos de lujo, sería ingenuo pensar que estos celulares son exclusivamente consumidos por la élite económica del país. Pese a la falta de datos estadísticos, empíricamente podemos descartar lo anterior: todos conocemos a alguien que ha adquirido un celular cuyo valor sobrepasa sus ingresos mensuales [4].

¿Cuál es la razón de este comportamiento? La explicación podría encontrarse en el ‘capital social’ que puede generar el consumir o poseer un producto al que solo accede una mínima parte de la población, como detalla Pierre Bourdieu en su trabajo La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. El sociólogo francés, uno de los más importantes del siglo XX, explica en su obra el caso de un médico que ha decidido comprar un reloj valuado en dos millones, el precio parece exorbitante dado que, en términos llanos, el objeto solo sirve para indicar la hora, misma función que podría realizar un reloj con un valor infinitamente menor. Sin embargo, Bourdieu señala que, en ciertos estilos de vida, estos gastos, que de primera mano parecen ostentosos o un despilfarro, son una excelente inversión que permite acumular capital social.

El caso del médico es ideal para explicar lo antes mencionado: imaginemos que el galeno pertenece a la clase media y ha tenido un desempeño destacado en su carrera; un día es invitado a una cena de gala para recaudar fondos en la que se han dado cita importantes políticos y empresarios. Durante el evento conoce a diversos personajes, más de alguno nota el reloj que porta y le pide su tarjeta, pues vincula el poder adquisitivo con el éxito profesional; sin proponérselo, el médico ha creado potenciales nuevos clientes que pertenecen a la élite económica, lo que podría ser la oportunidad para acceder a mayores ingresos y por ende a la clase alta.

Adquirir un objeto de lujo, a la postre, se ha convertido en una buena inversión. No obstante, los resultados no son los mismos en todos los casos. Bourdieu señala que en todas las personas hay un deseo inherente de subir en la escala social, por lo que las clases bajas aspirarán a convertirse en clase media y la clase media buscará acceder a la clase alta, sin embargo, estos saltos rara vez suceden en la misma generación, sino que se dan hasta la segunda o tercera; es mucho más factible que los hijos o los nietos mejoren su nivel socioeconómico con respecto al de sus padres o abuelos.

Este deseo de pertenecer a una clase social superior lleva a que se intentes emular estilos de vida, aunque no siempre con los resultados deseados. Si la clase alta sale de vacaciones al menos una vez al año, generalmente al extranjero, la clase media también lo hace, aunque sea dentro del territorio nacional; si la clase alta renueva su automóvil cada año, la clase media lo hace cada 3, aunque eso le conlleve endeudarse con un crédito que afectará sus finanzas.

Trasladado el ejemplo al caso que nos ocupa, si hay una persona que compra un teléfono de lujo porque su poder adquisitivo se lo permite, también habrá otra que deseará imitar este estilo de vida, para lo cual deberá adquirir el producto mediante un crédito o ahorrar sus ingresos durante un tiempo hasta conseguirlo.

Se compra estatus social. Se adquiere un objeto aspiracional que permite, de manera ficticia, subir en el escalafón social. Aunque poseer el celular pudiera significar una inversión, como en el caso del médico de Bourdieu, esto no necesariamente se convierte en realidad, porque un solo objeto no crea un estilo de vida. De nada serviría tener un reloj de 2 millones si se usa un traje barato o si se tiene un auto que es una carcacha: más de alguno pensará que el reloj, a pesar de ser original, es una baratija.

Existe un término que define esta conducta: esnobismo. De acuerdo con la Real Academia Española, una persona esnob es aquella que imita con afectación las maneras, opiniones o gustos de aquellos a quienes considera distinguidos. La palabra proviene del inglés snob y, de acuerdo con Ortega y Gasset, es la contracción de la frase en Latín sine nobilitate (s.nob. = sin nobleza).

Este término, hasta cierto punto peyorativo, es aplicado para aquellos que, a pesar de intentarlo de manera vehemente, no encajan en una clase social, incluso teniendo el capital económico, como en el caso de los llamados ‘nuevos ricos’, aquellas personas que han logrado subir de la clase baja o media a la clase alta en una sola generación, pero que no son bien recibidos dentro de este círculo social porque les ‘falta clase’, o en términos de Bourdieu, ‘distinción’.

Al final del día, cada persona es libre de invertir su tiempo, dinero y esfuerzo en lo que mejor le convenga, porque, afortunadamente, vivimos en una sociedad que de ninguna manera obliga a seguir un patrón de conducta determinado; sin embargo, siempre es bueno reflexionar sobre las posibles razones de nuestros comportamientos de consumo.

[4] Sería conveniente realizar una breve pausa en este punto para señalar que, de ninguna manera, el presente artículo pretende descalificar este comportamiento, sino ofrecer una perspectiva sociológica de las causas que lo motivan.