EN CIERTAS OCASIONES, aventurar un pronóstico es una invitación imposible de rechazar. En muchas otras, resulta ser una decisión demasiada arriesgada. Hay quienes prefieren no hacerlo nunca.
Hay quienes lo hacen constantemente por el solo hecho de tener la oportunidad de, si logra acertarlo, poder decir con el pecho inflado un contundente «se los dije». También se los respeta porque es parte de un juego en el que hay que vivir permanentemente con las consecuencias. Ensayo y error. Acierto o condena. Reconocimiento o cadena perpetua… Las sensaciones al inicio de una temporada pueden inclinarnos a pensar para un lado o para el otro.
Darle un favoritismo para un equipo determinado y simplemente decidirnos por algo otro que no sea el mismo del vecino que tengo al lado o enfrente. Por ejemplo: ¿a cuántos no se le habrá ocurrido apostar por Golden State Warriors cuando Kevin Durant decidió unir fuerzas con Stephen Curry, Klay Thompson, Draymond Green y el entrenador Steve Kerr?. Parecía que no había manera de evitarlo. Y durante dos temporadas, el tiempo les dio la razón. Pero al inicio de la temporada 2019/20 no era este el caso. Sin un plantel plagado de nombres, con el talento desperdigado desde el Este y hasta el Oeste, hacer pronóstico, y no digo acertarlo sino realizarlos simplemente, era una tarea que muchos preferían evitar.
El tiempo les dio la razón a aquellos que no se animaron a hacerlos. No lo hicieron por cobardía, sino porque era necesario. ¿Quién habría apostado por una final entre Lakers y Heat como la que nos tocó disfrutar? Quien lo haya hecho, que tire la primera piedra. Sin embargo, los Lakers hoy son campeones, algo que hace poco menos que un año y medio atrás parecía un imposible. Un sueño guajiro como dicen en México… ¿Por qué? Simplemente porque la desconexión entre los principales integrantes de la cadena de mandos era más que evidente, porque la desgracia se había mostrado como el único camino previsible a recorrer que marcaban 6 temporadas sin llegar a playoffs. Sin embargo, el milagro se consumó. Y lo que sigue es la crónica de un éxito no anunciado.
La historia podría comenzar en la noche en la que Magic Johnson tomó por sorpresas a todos, incluyendo a Jennie Buss, la dueña del equipo, anunciando su paso al costado como Vicepresidente de operaciones de basquetbol, pero es mejor ahorrarnos tiempo. ¿Quien ocuparía el lugar de Magic? Esa era otra de las preguntas que rondaban en el ambiente y pocos creían que se le daría poder (aunque sin cargo) al GM Rob Pelinka, lo que terminó sucediendo.
Ya sin Magic en el tablero se aceleraron algunas decisiones: terminada la temporada Like Walton dejó de ser el entrenador y comenzó la búsqueda de su sucesor: Se pensó en Tyrone Lue, y se avanzó en las negociaciones, pero la oferta de 3 años no fue atractiva para el entrenador que pretendía 5. También se había hablado de Monty Williams, pero éste arregló con Phoenix Suns antes de que los Lakers llegaran a contactarlo. El entrenador elegido fue Frank Vogel, quien si aceptó la oferta por tres temporadas. Su presentación ocurrió horas después de que Magic Johnson saliera por ESPN en el programa de Stephen A. Smith, acusando a Pelinka de haberle clavado un puñal por la espalda.
Las trapos sucios no se lavaban en casa sino en la TV Nacional. Nada bueno podría salir de allí. Sin embargo, como no hay mal que dure 100 años, el 17 de junio, Pelinka pudo concretar lo que Magic no había podido meses antes: convencer a New Orleans Pelicans de que le mandara a Anthony Davis a cambio de Brandon Ingram, Lonzo Ball, Josh Hart y 3 selecciones de primera ronda de draft con la posibilidad de intercambiar el orden en dos de ellas. Lo que muchos vieron como un golpe de timón en la dirección correcta (finalmente lo fue), y la posibilidad de formar un nuevo Big 3 con una tercera estrella (¿Kawhi Leonard?) estaba latente, pero finalmente no se concretó.