Por: Martín Almonte García
ABOGADO
El sacerdote que pervirtió, violó y finalmente asesinó a martillazos a un joven de 16 años, huérfano social, pobre e infeliz, merece el más severo de los castigos legales y por demás el reproche unificado de la colectividad.
Al cambiar lo que debe ser una conducta correcta por la acción grosera de escupir los mandamientos, Elvin Taveras Durán tendrá que ser condenado por obra de Dios, ciertamente, pero aquí en la tierra este señor rompió todos los estándares sociales, en términos de criminalidad.
Recluta al niño pobre desde los 10 años, lo viola a los 13, lo mata a los 16, lo corrompe desde siempre, lo ve bailar en la tarima del atraso y para camuflar su monstruosidad lanza a Fernelis en los matorrales de la ignominia tras desplazarse hasta Sabana Grande de Boyá. ¡Qué bárbaro!
El país está consternado y la Iglesia está de luto universal. Consternado, porque el país es testigo del momento en que al sacerdote se le entrega la parroquia y a los parroquianos y está de luto, porque la vida, la vida, solamente la da Dios.
Todavía más, el Monstruo se robaba el “diezmo” de la parroquia para saciar sus perversos apetitos y regodearse en sus aberrantes desviaciones.
Justo es decir, sin embargo, que la Iglesia fortalece cada día el empeño de mantener vigentes sus principios y expulsar materialmente a los que se desvían del comportamiento esclarecido y correcto.
Aun con todo y cuanto podamos proclamar como Red de Abogados Católicos, nos mantendremos vigilantes en interés de que sobre este Monstruo, apóstata y vulgar, caiga todo el peso de la ley, sin fianza, sin “hospitales”, sin libertad condicional e incluso aislado de los demás internos para evitar dañarlos. Lo demás lo dirá Dios. ¡Amén!